Era abril y ya habíamos festejado dos años nuevos, el occidental el primero de enero y el año nuevo chino que se celebra en febrero durante una semana entera. Era abril y sin quererlo estábamos por festejar un tercer año nuevo, el año nuevo budista.
Estábamos en Myanmar, el país budista por excelencia. Mientras lo recorríamos la fecha de inicio del año nuevo se acercaba. Hablando con locales nos dijeron que estar en Mandalay era una de las mejores opciones para disfrutar esta celebración. Para esta religión, el agua purifica así que esta fiesta se trataba de eso, estar bien purificados.

El pueblo de Hsipaw se preparaba para la fiesta, guirnaldas por las calles, escenarios y mucho movimiento nos indicaba que esto se venia a lo grande. De Hsipaw a Mandalay hay 200km. De casualidad y con un poco de suerte encontramos una van que iba a hacer ese recorrido y ahí nos explicaron que durante la semana del festejo, los medios de transporte también festejaban y no iban a circular. El país se paralizaba por una semana. En ese momento no le dimos importancia, nuestro único deseo era llegar a Mandalay.
El viaje fue caótico, la camioneta llena de gente, donde había un pasillo paso a tener sillas de plástico para poder llevar mas gente, el calor agotador de todos los días y bolsos por todos lados. Lo normal de estos viajes. A medida que avanzábamos veíamos como la gente estaba en las calles, mas precisamente en el borde de la ruta que transitábamos. De repente me hacen la seña de que cierre la ventana, al segundo se siente un baldazo de agua que hace impacto contra el vidrio. Ahí empezamos a entender la magnitud de esta fiesta y que nadie estaba exento de la purificación. Hasta la van quedo bien pasada por agua. Dentro de esta, la gente se reía, nos miraba, éramos los únicos turistas y también éramos un foco de atención. Por suerte el chofer nos dejo cerca del hostel. Llegamos sanos y secos hasta el lugar.

Después de acomodarnos, en realidad dejar las mochilas, nos pusimos ropa bien cómoda, guardamos los pasaportes dentro de las bolsitas ziploc y más ziploc, y dentro de un bolso especial para evitar que se moje todo.
En el mismo hostel alquilamos unas bicicletas y salimos a buscar cómo íbamos a irnos al próximo destino. Del hostel a la terminal de buses había 8km. pero a las 4 cuadras ya estábamos empapados. Litros más litros de agua habían caído sobre nosotros, éramos atacados con sonrisas y miradas picaras. Esta celebración no distinguía edades, desde chicos hasta grandes llenaban sus baldes con agua o simplemente usaban mangueras para mojarnos. No importa cuan mojado estés, siempre se podía un poco más. Luego de 8km en bicicleta y mucha agua llegamos a la terminal de micros. Todos nos miraban y se reían, ningún lugar de nuestro cuerpo estaba seco. Los buses no salían y luego de varios “No bus” “No bus” nos recomendaron que probemos suerte en la estación de tren, este medio de transporte era el único que funcionaba. Hacia allí nos dirigimos y pudimos conseguir nuestros boletos. Teníamos toda la mañana y la tarde del siguiente día para unirnos a esta celebración que no era nuestra y sin embargo éramos participes.
A la mañana siguiente salimos a recorrer las calles, desde temprano el agua se hizo presente. Estar secos apenas era un sueño, a las pocas cuadras ya estábamos empapados, sabíamos que esto iba a ocurrir. Después de unas cuantas cuadras, ya casi estábamos en el centro de Mandalay. La imagen fue única. Las calles rebalsaban de personas alegres, todos te saludaban y te purificaban. Las calles se transformaron en ríos de agua, los chorros de agua que salían de la manguera y el sol creaban arcoíris, las sonrisas nunca se esfumaban de sus caras ni de las nuestras. En las puertas de las casas había bidones gigantes llenos de agua que se iban repartiendo a cada persona que pasaba. Te miraban y sonreían, ahí ya sabias que eras parte de su cacería, era inevitable escapar. El agua y con ella la alegría te perseguían sin parar.

Llegamos al centro, la gente se multiplicaba, el trafico era de locos y en la parte trasera de las camionetas había gente con grandes tachos de agua, obvio que nosotros caminando éramos blancos fáciles.
La música llegaba de varios lados, por un lado, la música electrónica y los adolescentes saltaban sin parar tanto sobre sus vehículos como a pie, ahí casi que no se podía caminar era como el trencito de una fiesta carioca, solo que las camionetas avanzaban a paso muy lento debajo de una lluvia de agua. Por otro lado, habían dispuesto escenarios en la costanera. Ahí la música era la música actual, esa que tanto habíamos escuchado en cada micro que nos habíamos tomado. Había familias, grupos de amigos todos de la mano y con cara de felicidad. De cada escenario salían mangueras con potentes chorros de agua, la imagen era perfecta. Ellos recibían este momento con alegría, danzando y riendo. Al rato ese escenario terminaba y arrancaba otro, así nos íbamos moviendo en busca de mas agua y baile.
No podíamos creer lo que estábamos viviendo, los Birmanos nos saludaban y nos preguntaban si éramos felices con la celebración, casi que nos dolían las mandíbulas de tanto reír y disfrutar de este año nuevo del cual nos sentíamos mas integrados de que cualquier otro que hayamos vivido.


